La Brecha de la Discordia


Fin de año, Navidad, Año Nuevo y el olvido. Porque claro esta, año tras año se repiten las estadísticas que comprueban una realidad incomoda para muchos, que logra ser titular de diarios y noticias televisadas, pero que sin perjuicio de lo evidente que puedan ser, no genera una noticia que genera una atención más prolongada que la de una semana. Al final solo se convierte en un "dato freak". Se le piden muchísimas cosas al Viejito Pascuero. En Año Nuevo el beso del amor eterno puede más, pero no lo otro. No es un error. El único error es creer que tanto el Viejito Pascuero como la magia del Año Nuevo pueden solucionar tan lamentable situación, cuando al final la responsabilidad recae en otros viejitos, de terno y corbata.

La situación es imperante e insoportable. Llegamos al Bicentenario como uno de los países más desiguales a nivel mundial. En materia de distribución de ingresos, la desigualdad es plausible, constante y escandalosa. Dicha desigualdad se explica, enormemente, por la que persiste año tras año en los resultados de la educación chilena. Cualquier economista podrá decir que las desigualdades son, muchas veces, necesarias. Claro está, pero hablemos de equidad. Hablemos de garantizar las mismas condiciones para todos, para que así las oportunidades se repartan en criterios más objetivos, más rigurosos, y al final del día alcancemos el objetivo macro, el que todo país desarrollado debiera ansiar: desarrollo para los mejores.

Hoy en día no ocurre eso, y sin perjuicio de aquellos que sí representan eso, existe un numero significativo de personas que quedan fuera de la repartija aun demostrando historiales de vida reconocibles, capacidades de emprendimiento, esfuerzo y dedicación encomiables, pero que por las deficiencias del actual sistema educativo ven mermadas sus aspiraciones. Por simple lógica estos se pierden, y con ello hay un país que pierde valioso capital humano. Una perdida de capital humano se traduce en una perdida irrecuperable de productividad, desarrollo e innovación, en un mundo cada vez más tecnológico. Precisamente conceptos que hoy explican el lento crecimiento económico de nuestro país, en los últimos 10 años. Surge la pregunta del porque no se trabaja, de forma seria y clara, este problema tan latente y tan plasmado en nuestra realidad nacional, ¿es acaso tan difícil?. No tanto, si se tuviera la voluntad. ¿Existe realmente voluntad?.

La reflexión nos lleva a que sencillamente no existe. Esto obedece a simples patrones lógicos y racionales. A nadie le conviene aumentar la oferta en el mercado laboral, pues por simple economía básica sabremos que los salarios disminuirán, ante una demanda estática y poco cambiante. Cuesta más generar empleos que generar aspirantes. Esto ocasionaría distorsiones irreparables donde el Estado, a quien se evalúa según indices de desempleo y otras hierbas, deberá actuar. Ningún Estado quisiera eso, y esto es lo que nos lleva a la simple explicación: a los políticos no les conviene. Más y mejor educación se traduce en problemas directos para el "establishment" político. El circulo de las oportunidades se agrandaría, lo VIP ya no sería tan VIP. Resulta muchísimo más fácil hacer la vista gorda, como ha sido la tónica, y desentenderse del problema, excepto, en el mes de Diciembre y en los años de elecciones grandes.

Esto ha provocado años de tranquilidad, seguridad y normalidad para muchos. Sin embargo, la privación de oportunidades legitimas, de capacidades, y de una verdadera participación ciudadana tiene tremendos costos, para la sociedad. En materia económica, como deciamos, y en otras materias igual de preocupantes. El asistencialismo y la apaciguadora mano estatal dan forma a una sociedad más necia, y por ende más hostil. Aumenta la delincuencia, con ello se forma el caos, como búsqueda de un canal efectivo para que verdaderamente exista una recepción del mensaje. Con ello finalmente se tiene un descontento general. El resultado de este descontento tiene consigo un "deseo de cambio", como mínimo. Lo radical, ya serían los paros, huelgas y masivas incitaciones a quebrantar las instituciones políticas y los organismos jurídicos.

Entonces, al final del día, toda acción trae consigo una consecuencia, donde el resultado más pequeño es la perdida del poder por parte de una coalición. Sin embargo, este resultado no trae consigo ni más representación, ni más equidad, ni más participación. Por esto, se termina recurriendo a otras fuentes para poder reclamar, lo que teóricamente resulta legitimo. Nace lo que a cualquier país debiera preocupar: la discordia, esa que Chile hace ya décadas tiene arraigada en su ADN. No se trata de una brecha a secas, se trata de una brecha de sueños, de esperanzas, de oportunidades. Una brecha, de la discordia popular.

La Vedette


Partió con nada y termino con todo. Todo, excepto la gloria. Es, sin lugar a dudas, una verdad incomoda para los miles y miles de detractores de Marco Enriquez-Ominami que a lo largo y ancho de la campaña lo "denostaron", a veces de forma vil y desprolija, por haber reclamado un sitial en la carrera presidencial. Unos apelaban a su inmadurez, a la falta de experiencia en política y la nula gobernabilidad que garantizaba su candidatura. Otros, simplemente, apelaban al insulto, por costumbre, por inercia. Lo cierto es que, con insultos y otras hierbas, ME-O logró la votación más alta captada por un independiente desde la vuelta a la democracia y por cierto, logró aglutinar dentro de su votación a miles y miles de chilenos que con su voto definirán si será Piñera o será Frei el próximo Presidente de la República. En este sentido, ME-O no logró pasar a segunda vuelta, pero es el protagonista de estas elecciones. Es, simplemente, la vedette.

Al igual que una vedette ME-O logró crear una idea atractiva, un proyecto serio, una alternativa concreta a la democracia chilena desde unos cimientos precarios, desconocidos y poco confiables. Una vedette es aquella que toda una vida ha convivido con las sombras, en la penumbra de sueños fortuitos y ambiciosos, que solo en la vida de pocos se podrían concretar. Sin perjuicio de las antiguas generaciones políticas ligadas a ME-O, esto también es aplicable. Una vedette solo en los sueños podría llegar a ser una actriz. ME-O solo en los sueños podía ser la carta presidencial de la Concertación. Sin embargo, el espectáculo que comenzó a ofrecer era una maravilla. Un espectáculo que poco a poco comenzaba a identificar a más y más gente. No se trataba de simple entretención, no se trataba de solo faranduleo, había algo más. Por eso se mantuvo firme y creciente, hasta el día de los comicios. Aunque muchos no lo quisieran, en una democracia, a fin de cuentas, eso se premia. Los aportes millonarios poco a poco comenzarían a llegar, vinieran de donde vinieran. Y es que las vedettes jamás han segmentado a su público. A fin de cuentas, la fama es la fama, el cariño es el cariño. Nadie discrimina amor cuando se le ha odiado toda una vida.

En el día, los insultos, los peyorativos, las muletillas y los desaires no se hicieron esperar. Y es que claro, el "establishment" es caprichoso y cizañero. Frente a esto la locuacidad y el intento de elocuencia pudieron más que la inescrupulosa displicencia con la que se fue gestando la campaña. Hasta al candidato de la izquierda dura se le tenia más respeto, pasando por alto la seriedad, consecuencia y responsabilidad de las ideas y propuestas que defendía. Pero era todo parte de la misma esencia de la candidatura marquista, algo que no supieron los otros comandos. A una vedette le encanta que le digan vedette, porque si no se creyeran el cuento no se pararían en un escenario. A Marco siempre le gustó ser el díscolo. No se le podía intentar menoscabar recordándoselo. Después de toda una campaña aquella candidatura versátil, decidida y audaz lograría concentrar un apoyo encomiable. Al final, llegaría el reconocimiento. El aplauso del público.

Definitivamente, Marco consiguió sus objetivos y muy probablemente logró superar sus expectativas. Sin embargo, debe quedarle una sensación amarga, un gustito agridulce. Más allá de no haber pasado a segunda vuelta, y ya no poder convertirse en el Presidente del Bicentenario, la pena es la de haberse enfrentado a la triste realidad, con tintes circenses. Y es que la vedette es feliz, recibe el reconocimiento del público y la ovación de centenares de personas posadas sobre sus pies, solo mientras permanece en el escenario, porque claro, al bajar, la estrella se apaga. Hoy son muchos los que día a día intentan acercarse a Marco porque su voto es la clave de la elección. Piñera y Frei basan sus estrategias para parecerse a Marco, porque es la moda, porque es la tendencia. No obstante, saben que demostrar explicitamente ese deseo hará que les salga el tiro por la culata. Lo veneran en silencio, porque no renta, porque no conviene. Al igual, como se venera a una vedette, por culpa de estereotipos, por protocolos, por imagen, por el "que dirán".

Es así como al final del día, Marco Enriquez-Ominami es la vedette. Una estrella que de la nada logró brillar, pero que apagadas las luces y cerrado el telón, sigue siendo una persona solitaria, incapaz de alcanzar el merecido reconocimiento explicito y constante de la clase alta y la sociedad entera. Una estrella, con fecha de caducación.